De aquellos muchos o pocos hombres que han pasado o continúan estando en mi vida, he tejido una historia de grandes enseñanzas, con un estambre incorruptible que no me permitirá olvidar. Cualquiera que sea o haya sido nuestra relación, el lazo está ahí para que lo recuerde.
Aprendí que las personas cometen errores (muchos), y que hasta la mejor persona peca.
Aprendí que se puede mantener una mentira por demasiados años, que las personas fingen muy bien, que cualquiera puede ser actor si se tiene un motivo.
Aprendí que hasta la persona que por ley natural debería de amarme, es capaz de lastimarme y hacerme dudar de ese sentimiento.
Aprendí que a veces ni siquiera la familia es suficiente para ser intachables, ni las enormes ganas de ser un ejemplo a seguir, ni el amor...
Aprendí que no debo mirar hacia arriba a nadie y pensar que su grandeza es interminable por más que lo admire porque, ni aunque deje de parpadear para siempre, él se va convertir en Dios para llamarlo perfecto.
Aprendí que la inmadurez te ciega y sin embargo es inevitable, que madurar es una decisión y que hay personas que, ni pasando cinco décadas, lo logran.
Aprendí que hay humanos que no saben amar y amarlos no cambia nada.
Aprendí que también puedo ser "la otra" sin darme cuenta por largo tiempo, y que una vez en mi conocimiento, sentiré el arrepentimiento que él no es capaz de sentir y también viviré el dolor de ella, aunque jamás hayamos cruzado palabra.
Aprendí que un "te amo" no significa absolutamente nada en los labios equivocados.
Aprendí que alguien puede amarme, y por más desafortunado que sea el caso, yo puedo no amarlo de vuelta, así como puedo yo amar profundamente y no ser correspondida jamás.
Aprendí que sí existe quien se comprometa, quien sea paciente y espere, aunque yo jamás llegara a definirme en su vida como destino.
Aprendí que a veces tienes que repetir la historia y esperar que sea la definitiva aunque el futuro siempre se mantenga en la incertidumbre.
Aprendí que sí vale la pena luchar, pero hay que entender cuando ya ni luchar sirve.
Aprendí que soy valiente, pero que hasta el más valiente sabe que a veces el dolor es tan grande que doblega.
Aprendí que a veces, con el esfuerzo necesario, el amor se salva. A veces sí se cura.
Aprendí que puedo ponerle a mi corazón cuantos muros quiera, pero la persona adecuada puede derribarlos y hacerme llorar de nuevo como creí ya no poder.
Aprendí que las lágrimas no siempre son saladas porque no siempre son dolorosas.
Aprendí que no nací para arreglar almas y torturarme en el proceso.
Aprendí de ellos todo lo que quiero y no quiero ser porque no quiero ver en mí ni en nadie más las lágrimas de mi madre, mi abuela, mi hermana...
Aprendí que todas las experiencias me marcan pero no me definen, porque eso lo elijo yo.
Aprendí que puedo dejar de creer en el amor cuantas veces necesite y, no por eso, éste dejará de existir.
Aprendí que puedo dejar de creer en el amor cuantas veces necesite y, no por eso, éste dejará de existir.
Y, a todo esto, aprendí que cuando me case (si llego a hacerlo) no me voy a quitar ese anillo del dedo; voy a dejar que todo el mundo vea y no voy a dar pie a confusiones; voy a dejar claro que no soy suya ni él mío, pero nos amamos tanto o más para considerarnos parte el uno del otro; voy a prometer (y a cumplir) que la infidelidad no será una palabra que tendrá que ocupar espacio en nuestro vocabulario; voy a jurarle que si dejo de amarle o comienzo a amar a alguien más, no voy a lastimarle fingiendo que me quiero quedar, ni por poco ni por mucho tiempo, sin que eso signifique que dejaré que se pierda lo que aún vive. Pero sobre todo, voy a decirle que le prometo de antemano todo eso, esperando que no llegue el día en que durmamos en camas distintas y olvidemos que nuestro sobrenombre principal era "mi vida". Voy a poner en práctica todo lo bueno que sí aprendí de los hombres de mi vida.